jueves, 31 de mayo de 2012

Cultivar

Cuando conversaba en la fiesta, cuando hablo con el tipo de la pieza de al frente, cuando camino en la calle, cuando converso con mis padres, entran miles de cosas, y entre ellas, un fragmento de W. Blake que hoy lo volví a leer, dice:

[...]Siempre me ha parecido que los Ángeles tienen la vanidad
de hablar de sí mismos como si sólo ellos fueran sabios; lo hacen
con una confianza insolente que nace del razonamiento
sistemático.
Así Swedenborg se envanece de que cuanto escribe es
nuevo, aunque sólo es un índice o un catálogo de libros publicados
antes.
Un hombre lleva un mono a una fiesta y porque era un
poco más sabio que el mono se infló de vanidad y se consideró
más sabio que siete hombres.
Así es el caso de Swedenborg que muestra la locura de las
iglesias y quita la máscara a los hipócritas e imagina que todos
los hombres son religiosos y que él es el único hombre en la tierra
que rompió las mallas de la red.
Ahora, oíd el hecho tal como es: Swedenborg no ha escrito
una sola verdad nueva.
Y, ahora, oíd la causa: conversaba con los ángeles que
son, todos, religiosos, y no conversaba con los demonios que odian
la religión, porque sus prejuicios lo hacían incapaz.
Así es que las obras de Swedenborg son una
recapitulación de todas las opiniones superficiales, y un análisis
de las más sublimes; nada más.
He aquí otro hecho: cualquier hombre de talento mecánico
puede extraer de las obras de Paracelso o de Jacob Behmen diez
mil volúmenes de igual valor que los de Swedenborg, y un
número infinito de los libros de Dante o Shakespeare.
Pero, cuando lo haya hecho, que no pretenda saber más
que su maestro porque sólo sostiene una bujía en pleno sol.



Con eso recuerdo todo. Con eso concluyo todo; comienzo todo.

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